sábado, 3 de mayo de 2008

La salida








Bajo esta atmósfera fantástica, cientos de hombres y mujeres se hallan inmersos en los detalles finales para su participación en el Desfile de Silleteros. Rumores y aromas de silletas, de flores, de café, del acicale, de carros, de vecinos, casi se intuyen por entre las copas de los árboles.

Despunta la mañana, los rayos de sol tiñen el horizonte de un intenso naranja mientras la bruma y las nubes se ciernen abajo, ocultando la visión de la ciudad. Santa Elena, trasnochadora y laboriosa, madruga a cumplir su cita anual con la Feria de las Flores.

Con las primeras luces del día, los silleteros madrugan a dar los últimos toques a sus silletas.

  Es el día del desfile, y en corredores, patios y jardines se dan los últimos toques a las silletas ya armadas desde la víspera. Con esmero se ponen en el entramado las flores más delicadas, para asegurar su frescura y atractivo hasta el final de la tarde, cuando concluye el Desfile de Silleteros.
Nada se deja al azar, y antes de desplazarse con su silleta al Desfile de Silleteros en Medellín, el silletero da las pinceladas finales.

  Prevalece un ambiente de nerviosa despedida, de estar a punto, para hacer parte de una importante ceremonia. No se habla de otra cosa mientras todos se engalanan y acicalan. Es un día para estrenar; surge la esplendorosa mañana con su intenso azul. Los recuerdos de desfiles pasados se avivan y crece el anhelo de obtener alguno de los galardones que entregarán los jurados a las silletas ganadoras. En todas las casas de Santa Elena ronda en labios y corazones el “esta vez sí”. Hay tiempo para posar y fijar el recuerdo en el álbum familiar.

Como una suerte de ensayo de la gran cita anual en las calles de Medellín, una multitud de pequeños desfiles se escenifican en los caminos y vías de Santa Elena. De izquierda a derecha, Jairo de Jesús Hincapié, Luz Amariles y Miguel Salazar, de la vereda San Ignacio.

  Es el momento de la partida y el primer desfile, el más auténtico, emerge de todos los rincones de las veredas. Se escuchan aplausos, surgen algunos vítores y la emoción se eleva en el adiós de quienes permanecerán en casa, contemplando por televisión el paso de sus entrañables parientes.
Rumbo a su cita anual con la ciudad cercana, los pequeños detalles de la silletera son parte del ritual que las multitudes aclaman. Luz Amariles, de la vereda San Ignacio.

  En el ritual de la salida cada casa se muestra ante las demás en la intimidad del espacio comunitario, en el goce de su propio desfile, sin jueces ni muchedumbres. En las espaldas se balancea rítmicamente el peso de las silletas, expresión de identidad.

Cientos de destellos de flashes serán compañía para la silletera en su peregrinaje y su desfile en la ciudad, porque muchos querrán tener un recuerdo de este día.

  Santa Elena se vuelve un reguero de despedidas, un rosario de fragancias y colores en movimiento, un nudo de abrazos que permanecen adheridos a la piel. Los silleteros avanzan con el corazón acelerado para acudir a la cita anual con una ciudad y un país que se rinden embelesados ante la afirmación de la vida y de la esperanza, que se despliegan en un mar de silletas en movimiento.

Los caminos de Santa Elena acogen los primeros pasos de los silleteros hacia los vehículos que los trasladarán a las céntricas avenidas de Medellín.

  Lentamente, los silleteros van llegando a la carretera principal, a los puntos donde volquetas, camiones y chivas recogerán la preciosa y frágil carga. Allí se concentran algunos vecinos y parientes, quienes, en medio de la algarabía, entrecruzan abrazos y felicitaciones. Subsiste la tensión, porque del cuidado que se ponga al acomodar las silletas y de las precauciones durante el viaje a la ciudad dependerá, en gran medida, el efecto ante el público y los jurados.

En la tradición antioqueña, ser silletero es un asunto de familia, un legado de generaciones.

  En este escenario al aire libre aparecen las escaleras o chivas, con su cargamento de silletas bien aseguradas, que duplican el colorido interior y exterior en una impactante visión que integra el singular diseño de las carrocerías con el de las silletas aferradas al capacete, o cómodamente abrazadas a los soportes interiores del vehículo. Pocas veces, como en esta ocasión, podrán verse rodar juntas estas multicolores expresiones populares, chivas y silletas, devolviendo las manecillas de la memoria social, enlazadas ahora por el espíritu de una festividad que, de paso, rinde tributo a una historia del transporte.

Algunos menores son seleccionados cada año para participar en el Desfile de Silleteros, y esta distinción, para ellos y sus familias, es motivo de orgullo.

  Las Silletas Monumentales, esas espléndidas obras, requieren cada una un enorme vehículo para su viaje, lo que genera otro espectáculo: el de la caravana de volquetas que, por el serpenteante recorrido hacia Medellín, con la urbe al fondo y las montañas como marco, esparcen sobre la ciudad una auténtica avalancha floral.


La sosegada atmósfera rural habrá de transformarse muy pronto en bullicio y celebración; la familia en pleno acude a esa cita multicolor.

En la intimidad de su propio desfile, la familia madruga, acompaña y despide al silletero.


El amanecer sorprende a los visitantes y los hace también testigos excepcionales de la salida de los silleteros.

Tras de sí agotadoras faenas, al frente el gran evento; por lo pronto, un respiro.

En la despedida los niños aún no alcanzan a imaginar el inmenso decorado que les espera a sus mayores. Leonel Sánchez, de la vereda San Ignacio.

A la vera del camino y lejos aún del bullicio de las multitudes, estas silletas le ofrecen una amable pausa a la ´escobita´, que hace parte del considerable despliegue de recursos que el desfile trae consigo.



Atento, cada silletero acompaña su obra para asegurarse de que llegará intacta a su destino.



La comunidad se congrega en torno al silletero y a las actividades propias de su participación en el Desfile de Silleteros.

Los silleteros perciben ante sí la ciudad; los aplausos, el reconocimiento, los miles de ojos que año tras año los esperan para gozar el esplendor y el colorido de la Feria de las Flores.

Las tradicionales escaleras se convierten en una auténtica exposición rodante.



El sueño de ser parte de esta inmensa fiesta de flores, una vez más, está a punto de cumplirse

La serpenteante carretera Medellín-Santa Elena lleva las silletas a su destino final. Luego de meses de siembra, de jornadas de trabajo, el momento cumbre se acerca.



Texto: Edgar Bolívar Rojas

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